Cuando uno piensa en la evolución humana, es muy probable que se imagine a chimpancés explorando antiguos bosques o a los primeros humanos pintando mamuts lanudos en las paredes de las cavernas. Pero los humanos, junto con los osos, los lagartos, los colibríes y el Tyrannosaurus rex, somos en realidad peces de aletas lobuladas.
Puede parecer extraño, pero la prueba está en nuestros genes, nuestra anatomía y en los fósiles. Pertenecemos a un grupo de animales llamados sarcopterigios terrestres, pero los enormes cambios evolutivos han oscurecido nuestro aspecto.
Pensamos que los peces son nadadores expertos, pero en realidad han desarrollado la capacidad de “caminar” al menos cinco veces. Algunas especies tiran de sí mismas hacia delante utilizando aletas delanteras bien desarrolladas, mientras que otras “caminan” por el fondo oceánico.
Nuestro antepasado sarcopterigio desarrolló pulmones y otros mecanismos para respirar aire, extremidades óseas y una columna vertebral más fuerte antes de aventurarse en tierra firme. Estas adaptaciones no sólo fueron útiles en entornos acuáticos, sino que permitieron a nuestros antepasados explorar tierra firme: eran “preadaptaciones” para la vida en tierra.




