Giovanni Battista Riccioli en el siglo XVII publicó lo que llamó el Nuevo Almagesto, que tomaba el nombre del muy famoso Almagesto de Ptolomeo, escrito 1500 años antes y que supone el mayor tratado astronómico de la Antigüedad. “El más grande”, eso significa la palabra de origen árabe almagesto, que sustituyó al nombre original del tratado de Ptolomeo, una más aséptica “Sintaxis matemática”, los árabes sabían ya del clickbait. Ambos libros son grandes enciclopedias del saber sobre los astros, separadas 15 siglos.

El caso es que en el compendio de Riccioli se presentó el primer gran mapa de la Luna, con nombres para sus detalles orográficos que aún hoy conservamos (y que denotan los gustos y preferencias del autor, por cierto). Aparte de los cráteres, que se denominan de impacto porque casi todos provienen de choques de meteoritos, no de volcanes, lo más destacado en esa orografía de la Luna son lo que Riccioli llamó maria en latín, mares en castellano, que son las zonas más oscuras que podemos ver a simple vista en la superficie de nuestro satélite, con las más claras llamadas terrae, tierras.