Imagina un planeta sin estaciones, donde dos años transcurren en tres días y la luz nunca llega a los polos. Donde cada tres meses (terrestres) se alternan temperaturas tan altas en su superficie que pueden fundir plomo y tan bajas que congelan el metano. Pero sobre todo piensa cómo sería contemplar desde ese lugar tan extremo una puesta de sol en la que la estrella se sumerge en el horizonte para un momento después volver hacia atrás, como si alguien hubiera apretado el botón de rebobinado, y un día o dos después desaparece normalmente en el ocaso del oeste.