Propulsión espacial manipulando el espacio-tiempo: ¿puede pasar del papel a la realidad?

Viajar más rápido que la luz es un anhelo inevitable para la especie humana, que aspira a expandirse por el cosmos. Pero en realidad, si lo pensamos bien, la luz se mueve muy despacio para las inmensas escalas del universo: los terrícolas deberíamos esperar más de cuatro años para que una nave a la velocidad de la luz llegara a las estrellas más próximas, y 25.000 años para que alcanzara la galaxia más cercana, la enana del Can Mayor. Se diría que estamos condenados a no encontrarnos jamás con otros seres con quienes podamos entablar una relación civilizada.

Por fortuna, la física teórica nos ofrece una solución: manipular el espacio-tiempo para desplazarnos a otros lugares remotos del cosmos sin violar formalmente el límite universal de velocidad. La explicación más sencilla para llevarse a casa de por qué no se puede viajar más deprisa que la luz es esta: si se hiciera, un efecto podría aparecer antes que su causa, ya que la velocidad luminal es la regla cósmica invariante que mide los fenómenos físicos; podríamos recibir una llamada de teléfono antes de que quien nos llama pensara en hacerlo.

Sin embargo, dado que la relatividad general de Einstein definió el espacio-tiempo como el tejido del que está hecho el universo, la teoría permite que este tapiz cósmico se arrugue; un ejemplo son las ondas gravitacionales detectadas en los últimos años por los experimentos LIGO y Virgo. Si pudiéramos crear arrugas en el espacio-tiempo, lograríamos que un emplazamiento distante estuviera mucho más próximo a nosotros, por lo que sería posible alcanzarlo sin quebrantar el límite de la velocidad luminal.