Las supernovas, eventos visibles a distancias intergalácticas, se encuentran entre las explosiones más colosales que la humanidad haya contemplado jamás. Durante unos días, algunas pueden llegar a brillar tanto como una galaxia entera.
Tras ese estallido, un aluvión de elementos químicos se esparcen masivamente y, supernova tras supernova, desde el origen de los tiempos, se convierten en parte esencial de la evolución química del cosmos.
La gravedad actuó sobre las nubes de gas que formaron las primeras galaxias y, localmente, comenzaron a formarse estrellas, algunas con una masa decenas de veces mayor que nuestro Sol.
Tras formarse, los elementos químicos de su interior comenzaron a fusionarse, generando reacciones termonucleares que son la razón de la luz de las estrellas. De este modo emiten luz durante decenas o miles de millones de años, dependiendo de su masa.
La energía limpia que generan produce elementos más pesados a partir de la fusión de los más ligeros. Al morir, lanzan a su entorno galáctico buena parte de los elementos químicos que han generado en su interior. Y así es como han contribuido y contribuyen a la transformación química del universo.